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Versículo al azar

El Mensaje Reencontrado

Libro XXVIII

NI REVÉTUEEL BARRO

27. Si nos preguntan qué es el Libro, respondamos: una piedra sobre la cual se apoyan firmemente los creyentes y un manantial del cual extraen agua sin cesar.

27'. 36 opiniones conocidas simultáneamente.
36 oficios aprendidos de una vez.
36 cosas hechas al mismo tiempo.
36 luces vistas de repente.
36 deseos realizados en uno solo.
36 religiones reunidas en una fe.
18 noviembre 2011
 (versículos de El Mensaje Reencontrado)

El que no posee el Espíritu de Dios juzgará el Libro como una cosa aburrida, oscura e inútil, pues demasiados mediocres han desacreditado la palabra inspirada emasculando el verbo de Dios, propagando escritos imbéciles, fabricando imágenes muertas y haciendo comentarios erróneos. En una palabra, utilizando las santas Escrituras para sus pequeñeces de hombres en lugar de servir a la grandeza de las revelaciones divinas.


Mientras ignoremos la vía de Dios y estemos privados de su luz santa, podremos imaginar que somos los únicos en poseer la verdad y en practicar la verdadera religión. Pero cuando penetremos el misterio de la unidad de los santos en Dios, nos quedaremos estupefactos al reconocer, al mismo tiempo, la unidad de las enseñanzas de Dios en el mundo.

Los templos se han convertido en lugares públicos que los profanos pisotean y atraviesan como plazas desiertas; los fieles van allí como quien va a una estación, a un mercado o a una tarea enojosa; y los oficiantes se han instalado allí tras mostradores de venta y de mendicidad.

Un creyente sincero que ruega, alaba y adora a Dios en su corazón vale más ante el Señor que todos los biempensantes que se exhiben complacientemente en los atrios de los templos.

¿Cómo es posible que quienes más se valen de la recomendación de Dios se denuncien y se desgarren, en lugar de amarse y ayudarse mutuamente como hermanos nacidos del mismo Padre y de la misma Madre?

Algunos, por su actitud vanidosa e hipócrita, vuelven el culto de Dios sospechoso o incluso odioso a muchos.
Otros, por un celo ciego, salen de él con estrépito y lo fraccionan al infinito.

Toda esa gente sólo vive de la corteza de las Escrituras y no sospecha la almendra preciosa que encierran.
«El que estudia los libros santos y habla al Señor en su corazón practica la verdadera religión».

Ignoran el sentido oculto de la palabra inspirada, sus explicaciones morales son la prueba entristecedora de ello. Si comprendieran, remontarían al manantial en lugar de perderse en justificaciones ociosas y en disputas imbéciles.
«Dios borrará las patrias, las ideologías, las confesiones y las sectas, pues los creyentes son todos hermanos en la unidad del Único».

Mientras ignoremos la vía de Dios y estemos privados de su luz santa, podremos imaginar que somos los únicos en poseer la verdad y en practicar la verdadera religión. Pero cuando penetremos el misterio de la unidad de los santos en Dios, nos quedaremos estupefactos al reconocer, al mismo tiempo, la unidad de las enseñanzas de Dios en el mundo.

¡Con cuánta crueldad se burlan los impíos de los hipócritas y con cuánta ferocidad los hipócritas condenan a los impíos! Pues, no siendo ni unos ni otros hijos de Dios, su destino es destruirse mutuamente.
Los verdaderos creyentes no se exhiben, no juzgan ni se turban, pues, al tener el espíritu constantemente fijado en Dios, no disponen de tiempo para ocuparse demasiado del mundo ni de sus asuntos.

Ahora, los predicadores ensalzan en el lugar santo a los sabios y sus venenos para adular la ignorancia del mundo y no parecer anticuados, pues la fe, el amor y la ciencia de Dios les parecen demasiado pueriles y pasados de moda y se avergüenzan de la simplicidad de nuestros primeros padres.
Satán lleva tanta ventaja que los santuarios de Dios le sirven ahora de bancos y agencias de propaganda sin que lo sepan.
«¡Oh, Señor compasivo!, ¿quién nos salvará del infierno si tú no vienes rápidamente a socorrernos?»

¿Quién inspira a esos pastores que nos ensalzan el siglo, la fábrica, la máquina, el veneno, la política, el patriotismo, lo social, la inteligencia, el trabajo y la vanidad de los hombres por encima del conocimiento y del amor de Dios?
¿Quién inspira a esos panegiristas del orgullo y de la ceguera humanos?
¡Oh, sacerdotes!, ¡oh, monjes!, ¡oh, laicos!, que aún creéis en Dios dentro de vuestros corazones, desechad la levadura de la ciencia orgullosa de Satán.
Comprended que es vano querer organizar aquí abajo la podredumbre del pecado de muerte. Acordaros de la palabra del maestro que dijo: «Las obras del mundo son malas» y, al igual que él, no temáis el odio del mundo, testimoniándolo ante todos.

Muchos pretenden tener el monopolio exclusivo de Dios y, por consiguiente, cada uno excomulga al vecino en nombre de la gracia, del amor y del conocimiento que manifiestamente no posee.
No nos dejemos marcar, ni enumerar, ni conducir, ni explotar como ganado. Contestemos a los opresores con la sobriedad, con la sencillez, con la caridad de nuestras vidas, y propongámosles la libertad de los creyentes en el seno del Único.

Si el salario de los hipócritas y de los malvados es el infierno, ¿cuál será el castigo de quienes les alientan y bendicen en nombre del Señor de amor y de justicia?

¡Cuan complacientes son con los crímenes de los ganadores, cuan resignados están ante la injusticia que aplasta a los desdichados y cuan pacientes son con el desespero de los abandonados!

Los Sabios ya no guían a las naciones porque parecen demasiado ignorantes en este mundo.
Y los santos ya no inspiran a las iglesias porque no parecen suficientemente «biempensantes».

Es una seguridad para todos negarse a introducir y mantener la muerte dentro de uno mismo y de los demás, cualquiera que sea el motivo alegado por los mercaderes de muerte.
Ninguna fe, ningún socorro, ningún medicamento, ningún alimento, ninguna seguridad deben imponerse por la fuerza a nadie bajo el falaz pretexto de salvarle.

Los profetas nos han hablado de la substancia y de la esencia de Dios, ¡pero nosotros escudriñamos sus textos para descubrir en ellos la historia, la moral, la poesía o la adivinación!
¡Oh, estúpida ceguera de los inteligentes y de los sabios!
¡Oh, mediocridad satisfecha de los creyentes!

La religión y la iniciación transmiten una enseñanza preciosa; nos corresponde resucitarla por nuestra fe, animarla por nuestro amor y manifestarla por nuestro conocimiento.
«Los falsos creyentes son mil veces más repulsivos que los brutos impíos».
¿Qué dirán los hipócritas de aquél que llama a Jesucristo su hermano mayor?
«El silencio, luego la calumnia, después la persecución si les es permitido, ya que habiéndolos abandonado Dios, ahora es el demonio quien los inspira».

¿Cuál será el ridículo de todos los que nos habrán explicado la palabra de Dios sin haberla comprendido ellos mismos? Y ¿cuál será su seguridad ante la evidencia manifestada en el último día?

No buscamos esclavos, ni sectarios, ni ovejas, buscamos hombres y mujeres capaces de vivir santa y libremente en Dios. Pues el tiempo de los rebaños ya pasó y el de la libertad llega.

¡Cuántos de entre los mejores han sido alejados de Dios por la mediocridad de los que enseñan su salvación! ¡Cuál será la confusión de los extraviados que habrán rechazado al Señor a causa de los malos servidores! Pero ¡cuál será la suerte de los servidores mediocres que habrán obstaculizado a los hombres de buena voluntad!