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El Mensaje Reencontrado

Libro XXVIII

NI REVÉTUEEL BARRO

27. Si nos preguntan qué es el Libro, respondamos: una piedra sobre la cual se apoyan firmemente los creyentes y un manantial del cual extraen agua sin cesar.

27'. 36 opiniones conocidas simultáneamente.
36 oficios aprendidos de una vez.
36 cosas hechas al mismo tiempo.
36 luces vistas de repente.
36 deseos realizados en uno solo.
36 religiones reunidas en una fe.
27 septiembre 2008
ANÓNIMO DEL SIGLO XVI 
Prólogo
Viaje al Oeste: La novela total


Esta nueva edición de Viaje al Oeste viene a llenar un vacío tan enorme como la novela en sí, pues estamos hablando de todo un clásico de la literatura universal que, hasta épocas muy recientes, ha permanecido desconocido para los lectores españoles. El asunto es todavía más grave si se tiene en cuenta que el Rey Mono, uno de los protagonistas de la narración, es en China un personaje tan popular como lo pueden ser entre nosotros Don Quijote y Sancho Panza: ni algo menos ni algo más. Y cuando los personajes literarios llegan a esa forma absoluta de la fama es porque son capaces, por sí mismos, de representar a toda una cultura y hasta de incluir en su mecánica lógica y mitológica claves fundamentales para interpretar esa misma cultura. Por lo demás, Viaje al Oeste es la recreación, profusamente detallada, del mito de Xuanzang (Hsüan-Tsang): el monje que partió hacia la India en busca de los verdaderos textos budistas. Se trata de un viaje evidentemente iniciático (para los personajes que lo protagonizan y para el lector que los sigue), jalonado por toda clase de catástrofes interiores y exteriores, y en el que le acompañan tres discípulos. El Rey Mono es uno de ellos. Posee poderes mágicos que le permiten llevar a cabo setenta y dos transformaciones de su apariencia y está capacitado para «identificar a los demonios en un abrir y cerrar de ojos», como suelen decir los chinos, que desde el primer emperador a los tiempos de Mao se han especializado en identificar demonios de toda suerte y en clasificarlos, siguiendo operaciones mentales no tan diferentes a las que empleaba el venturoso Emmanuel Swedenborg para clasificar a las poblaciones angélicas. En China los demonios formaban una auténtica multitud. En términos específicos, se trata de una creencia muy alejada de nuestra cultura, pero no en términos generales, ya que en los evangelios el mismo Jesucristo hace varias referencias a la «multitud» de demonios que pueden asaltar a las almas descuidadas. Se trata, con toda evidencia, de demonios diferentes pero que tienen en común su naturaleza perturbadora y posesiva. Como otras grandes narraciones del Reino del Medio, Viaje al Oeste es una creación del período Ming, el más glorioso de la novela china, y es al mismo tiempo la obra de todo un pueblo, como la muralla china y como el mismo imperio, en la que intervienen muchos creadores, hasta cristalizar como narración plena de sentido y perfectamente estructurada en el siglo XVI, gracias a la probable intervención del escritor Wu Chengen, que la dotó de una poderosa estructura. En ese y otros aspectos se trata de una creación parecida a la que llevó a cabo la Grecia arcaica con la Ilíada y la Odisea hasta su fijación definitiva en Homero. Pero su relación con las dos epopeyas griegas es sólo parcial ya que, como narración en sí, Viaje al Oeste se emparenta más con dos novelas fundamentales de Occidente: Don Quijote y Tristram Shandy. Ni estoy hablando de una relación sólo formal ni de una relación sólo de fondo; estoy hablando de una relación estructural que implica una concepción del tiempo con la que ya no estamos demasiado familiarizados.

Da la impresión de que en Europa todo cambió, en la estructuración de las novelas, con la aparición de El Lazarillo de Tormes, que impone una configuración narrativa en el fondo absolutamente racional, dando la impresión de que la historia está trascurriendo en «el tiempo real» y creando justamente por eso un enorme «efecto realidad».

Que esa novela sea hija de Renacimiento no ha de extrañarnos, ya que en el fondo fue el primer «siglo de las luces» de la civilización occidental. Pero desde entonces la novela europea no ha podido despegarse del «efecto realidad» que crea El Lazarillo y del empeño en dotar la narración de una gran coherencia, más allá o más acá de la misma historia, como llega a ocurrir hasta con Kafka, que es la razón llevada a su extremo más absurdo.

Lejos de esa estructuración del tiempo de la vida y el tiempo narrativo, El Quijote consigue, además de un efecto realidad periódicamente renovado en el transcurso de la novela, una relativización del tiempo, no tan excesiva como en Tristram, pero sí lo suficientemente amplia y elástica como para que el lector pueda entrar en una «duración» a veces vaporosa y vasta, y a veces relampagueante y concentrada, que la novela occidental sólo vuelve a recuperar plenamente con en Ulises de Joyce.

Y bien, el tiempo narrativo en el que entramos cuando empezamos a leer Viaje al Oeste es también muy relativo y a la vez alcanza dimensiones absolutas.

Como todas las novelas chinas del mismo período, como En los márgenes del Agua o El romance de los Tres Reinos, la narración avanza pausadamente y se ramifica en cientos de personajes de todas las clases sociales y de todas las formas de existir astrales y reales. Borges definió El sueño del pabellón rojo (otra de las grandes novelas chinas) como una narración «prácticamente infinita»: de igual manera podría definirse Viaje al Oeste. En ese sentido, son novelas que más que entrar en el tiempo de la «realidad» y su sucesión de hechos (de pragmas), entran en el tiempo de la existencia y su sucesión de demoras, desconciertos y repeticiones: los que Kierkegaard llamaba «la seriedad del existir», que se revela siempre de naturaleza tragicómica, como ocurre en Viaje al Oeste y como ocurre también en las grandes novelas occidentales ya mentadas.

Intentar imponer un tiempo ampliamente narrativo y «prácticamente infinito» al tiempo fragmentado y neurótico de la «realidad» es un empeño que entre nosotros sólo lo ha intentado el ingeniero Benet con Herrumbrosas lanzas y que se hace cada vez más difícil, también en China, ya que desde la aparición de los primeros relatos de Lu Xin, el lector chino descubrió la «racionalidad» narrativa de estilo occidental que aportaba Xin así como su fulminante «efecto realidad», y ahora la novela en China tiende a ser concebida en un tiempo real y mental muy parecido al nuestro. Desde esa óptica, Lu Xin llevó a cabo para los chinos una operación muy parecida a la que Mishima perpetró en la cultura japonesa: racionalizó y sistematizó la narración, introduciendo en ella el «tiempo» occidental.

Pero en Viaje al Oeste estamos lejos de esa concepción del tiempo narrativo, porque no es un tiempo que se pueda ver desde el lugar de los hechos. Es más bien un tiempo concebido desde el lugar del conocimiento y de su aliento irregular y muchas veces errático. Y es que el conocer, a diferencia del vivir, evoluciona en un tiempo lleno de arrugas, casi en un tiempo fractal, de una elasticidad desmedida, o fuera de toda medida, siguiendo un camino que, por ser el de la iluminación, está lleno de sombras que le exceden, como si siguiese esos versos terribles del primer poema del Tao que viene a decir:

Ser y no ser surgen del mismo fondo,
y ese fondo único se llama oscuridad.
Oscurecer esa oscuridad,
he ahí la puerta de la clarividencia.

Dicho lo cual, que el lector se prepare para salir de nuestro tiempo pragmático en cuanto acceda al primer capítulo de esta enorme novela que, en parte porque quiere ser una imagen del Mundo y en parte porque lo es, comienza refiriendo el origen del cosmos con frases casi bíblicas: «En el principio sólo existía el Caos. El Cielo y la Tierra formaban una masa confusa, en la que el todo y la nada se entremezclaban como la suciedad en el agua».

Una forma de contar el origen que tiene mucho que ver con los versos del Tao que acabamos de referir. De hecho parecen la misma reflexión, si bien desde ángulos diferentes, y que a su vez guardan muy estrecha relación con himnos védicos de unos mil años antes de Jesucristo.

Y que el lector se prepare también para fondear en el misterio de la muerte y de la vida desde una profundidad que está mucho más allá de nuestra sistematización del mundo, indisolublemente vinculada al espíritu griego que nos funda filosóficamente y que crea las marcas que van a determinar toda nuestra cultura. Porque el tiempo en el que va a entrar ni es lineal ni es circular, es más bien un tiempo en espiral, pero que en lugar de comenzar por el corazón mismo de la espiral comienza por su círculo más abierto, el que refiere la creación de todo el universo, y luego va estrechando sus aros comunicantes hasta detenerse en los seres, o en algunos seres, que pueblan ese vasto universo que quisieran descifrar, y a cuyas revelaciones y manifestaciones van asistiendo en el vasto curso de la novela, tan vasto como los grandes ríos chinos. Aunque si hemos de hacer honor a la estructurada desmesura de Viaje al Oeste, más que un río tiende a parecer un océano de significados en el que no importa perderse una y cien veces pues lo relevante, como en el poema Itaka de Kavafis, es el viaje mismo, un viaje que tiene su destino y su dirección, pero que olvidamos a menudo por la fascinación que va ejerciendo sobre nosotros cada momento del camino, en su purísima demarcación de su propio sentido, que ha de ser absorbido en su absoluta dimensión de instante en el seno del tiempo como agua en el seno de las aguas.

Y tras este breve paseo por el curso «ilimitado» de la novela volvamos a sus personajes y a sus fuentes. Inspirada en remotas leyendas budistas sobre los viajes de Xuanzang y las piezas teatrales Yuan y Ming basadas en él, la novela no es ajena al tono épico, si bien se trata de una épica tan desmitificadora que más que con los griegos tendría que ver con la teoría de la distanciación irónica que escritores como Dóblin pusieron en boga en la primera mitad del siglo pasado.

Y al igual que esa épica de Dóblin (que luego imitó Brecht), Viaje al Oeste va dibujando una dialéctica de la luz en su lucha contra todos los poderes de las sombras.

Dialéctica implícita en todos los protagonistas y muy especialmente en el Rey Mono, en el que los chinos de la época de Mao quisieron ver, con la simpleza que los caracterizaba, «la lucha del pueblo contra las dificultades así como su persistente desafío a la autoridad feudal». Difícilmente se puede concebir una apreciación tan brutal y tendenciosa de Viaje al Oeste, si bien la novela no oculta en ningún momento los antagonismos y antagonías de la sociedad china, la corrupción y la crueldad oscurísima y fundamental que sustenta el mundo objetivo y objetual y que en Viaje al Oeste tiende a conformar una relación especular con el mundo fantasmal, así como con el antes y el después de la vida, en esa abismal prolongación de la existencia que fueron desarrollando primero el hinduismo y luego el budismo y el taoísmo, y que se concreta en la idea de reencarnación.

Para terminar hablaré de las virtudes terapéuticas de esta novela, capaz de sacarnos del tiempo ortopédico que nos está tocando vivir y de conducirnos a un tiempo inmensamente relativo, inmensamente abierto, que curiosamente tiene más que ver con el tiempo que está descubriendo ahora mismo la ciencia que con el tiempo lineal que ha ido configurando la novela occidental durante un buen trecho de su historia, y que la nueva ficción debiera superar con más rigor y más esplendor que en el período de entreguerras del siglo pasado.

Viaje al Oeste nos obliga a afrontar el hecho literario desde dimensiones que pueden resultar muy enriquecedoras para los autores y lectores de ahora, pues lo liberan, durante todo el venturoso tiempo de la lectura, del mundo de los objetivos inmediatos y de las evidencias reductoras y reduccionistas que caracterizan nuestra época, en beneficio de un universo saturado de diamantes, en los que se concentran y dispersan, se dispersan y se concentran siglos y siglos de mitología y especulaciones filosóficas y religiosas, siglos y siglos de sentido y sinsentido, de luces y de sombras, condensándose en una novela donde a la vez que se narra la inmensa historia del cosmos se dibuja la trayectoria de cuatro personajes fundamentales en busca de las verdades más puras y más perdidas. Una novela que incluye, al final, la conquista de la inmortalidad y que termina con una descripción impagable del paraíso, donde no faltan los coros de los seres agradecidos que han obtenido la liberación. Un fin que la novela persigue desde el principio, cuando habla del Caos original que va a tener su espejo en el caos fundamental de cada ser, pero un fin al que el narrador no tiene prisa por llegar, pues la verdad está siempre algo más lejos, como los ojos del Buda de cristal y como la luz inmanente del mundo, que reinaba al principio y que presidirá también el final, cuando el inmenso juego de abalorios del universo vuelva a su dimensión original y el coro del final de la novela enmudezca por exceso de plenitud, bajo un cielo lleno de buenos augurios en el que halla fundamento y destino la alquimia interior, y en el que encuentran su término todas las modificaciones del mundo convertido en sustancia absolutamente transparente y absolutamente llena de su propio vacío.

Dije para terminar y no termino, pues no quisiera dejar en el lector la idea de que nos hallamos ante una narración más alegórica todavía que La Divina Comedia y absolutamente metafísica. No, no. Viaje al Oeste tiene su dimensión iniciática y su dimensión alquímica, pero ante todo es una novela de personajes y de peripecias, donde se ponen en funcionamiento todos los registros narrativos posibles, y presidida por un gran sentido del humor, que halla sus mejores efectos en Puerco y el Rey Mono. Y de no ser ante todo y sobre todo una novela, perfectamente accesible a pesar de su esoterismo, sus personajes no serían tan populares. Y no en vano el Rey Mono recorre todos los espacios de la ficción china, desde la novela, a la poesía, desde la poesía al cuento y a la ópera, y ha habido familias de actores que durante generaciones y generaciones han obtenido su sustento gracias a las representaciones de óperas en relación con el Rey Mono, finalmente presente entre nosotros gracias a la traducción de Enrique P. Gatón e Imelda Huang-Wang, que hacen funcionar en castellano la extraordinaria maquinaria verbal que se pone en marcha en esta prodigiosa novela que ahora tienes en tus manos, lector.

Jesús Ferrero
Traducción del chino de Enrique P. Gatón e Imelda Huang-Wang
Ediciones Siruela, Libros del Tiempo
España, 2004