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Versículo al azar

El Mensaje Reencontrado

Libro XXVIII

NI REVÉTUEEL BARRO

27. Si nos preguntan qué es el Libro, respondamos: una piedra sobre la cual se apoyan firmemente los creyentes y un manantial del cual extraen agua sin cesar.

27'. 36 opiniones conocidas simultáneamente.
36 oficios aprendidos de una vez.
36 cosas hechas al mismo tiempo.
36 luces vistas de repente.
36 deseos realizados en uno solo.
36 religiones reunidas en una fe.
26 septiembre 2012
(versículos de El Mensaje Reencontrado) 


Si no penetramos la enseñanza de nuestra fe, ¿cómo penetraremos las enseñanzas de las doctrinas extranjeras?
¿Ya no sabemos que todo se nos presenta bajo el velo de los símbolos Sabios y de los personajes santos?

Muchos dudan ahora de su religión y cada uno sale de ella a su manera, como se abandona una casa que amenaza derrumbarse.
¿Cuál es el inteligente que se sumergirá hasta las raíces de su fe, a fin de ser fortalecido en la revelación de Dios?

¡Oh, irrisión!, el Libro de la fe es rechazado por los creyentes ciegos y vanidosos que piensan conocerlo todo de la revelación antigua, cuando ni siquiera están establecidos sobre la corteza de sus Escrituras.
Los solitarios, los extraviados, los rebeldes y los impíos lo recibirán antes que ellos con arrebato y agradecimiento, y heredarán el reino de Dios en lugar de los biempensantes momificados en la letra muerta de sus Escrituras.

No debe haber ninguna coacción en el aprendizaje de la vía de Dios, que es todo amor y todo libertad.
«Los que violentan las almas jóvenes preparan secuaces para el infierno».
El amor y la caridad sólo pueden ser entendidos y practicados por los que primero han entendido y practicado la tolerancia hacia ellos mismos y hacia los demás.

Las iglesias contemporizan con el mundo a fin de mantener a multitudes de tibios en la observancia ciega de los misterios revelados.
Esto es una gran caridad humana pero también es un gran peligro, pues aleja a los mejores de la búsqueda efectiva del misterio santo y Sabio.

Todos se han dormido sobre la promesa divina y se dedican, tranquilamente, a sus asuntos en el mundo, creyéndose automáticamente salvados por la búsqueda y por el don de uno solo.
Y los que intentan actualizar la promesa de Dios, pasan por locos y por heréticos a los ojos de los mediocres dormidos; tan vago y tan lejano les parece el don de Dios.

El fanatismo ciego es ante Dios como la incredulidad y como la impiedad, pues impide conocer el manantial de la gracia y descubrir el océano del amor.

¡Oh, sencillos hijos de Dios!, no rechacéis al Señor a causa de los que le desfiguran y le traicionan en su propia casa.
Id a él con toda confianza en vuestros corazones, servidle y amadle como al mejor de todos vosotros.

Los que nos predican el cielo y se entierran en las pequeñeces de este mundo son hipócritas que siembran el odio hacia Dios en el corazón de los humanos exiliados, en lugar de hacer florecer en él su amor santo y perfecto.

El Libro no está hecho para ser leído en un mundo acelerado. Está destinado a los supervivientes, para el tiempo de su convalecencia entre las ruinas humeantes.

Una sola visita a los abandonados de las prisiones, de los hospitales o de los tugurios vale más que toda una vida de edificantes plegarias en las iglesias mundanas.
Dios reserva una terrible sorpresa a los hipócritas que rezan públicamente y hacen el mal en secreto.

Un impío que socorre a sus hermanos humanos está más cerca de Dios que un creyente que reza públicamente sin hacer nada por nadie.
Así, quien ama y respeta la creación de Dios ya camina en la vía santa que conduce a la vida que no perece.

La maldad de los que dicen ser fieles de Dios se ha vuelto tal que los verdaderos creyentes ya no franquean el umbral de los lugares consagrados, y los abandonados rechazan a Dios como una irrisión o como una carga intolerable.
Hay una podredumbre espantosa entre los biempensantes y una muerte endurecida entre los ateos, pero la peor maldad está realmente en los hipócritas satisfechos de sí mismos.

Nuestros peores enemigos no están fuera, sino realmente entre nosotros, como lobos revestidos de piel de oveja.
Para éstos no habrá perdón de los hombres ni perdón de Dios, porque los traidores y los hipócritas son vomitados por el cielo y por la tierra.

Dicen ser fieles de Dios, pero violan diariamente sus mandamientos.
Pretenden ser biempensantes, pero dicen y hacen el mal todos los días de su vida.

Dicen ser discípulos del Señor, pero se instalan en el mundo sobre las espaldas de los desgraciados.
Todos ellos ya están malditos y excluidos de la salvación de Dios, porque hacen odioso el Nombre divino a los débiles y a los pequeños.

El Señor y todos los Sabios profetas de Dios, ¿no nos besarán en los labios como a uno de los suyos que ha proclamado y manifestado la verdad de Dios en el mundo?
¿Éstos no han sido también calumniados, rechazados, oprimidos y combatidos injustamente por los hipócritas instalados en el mundo, amparándose en el nombre de Dios?

Los que se organizan rica y confortablemente en el mundo para predicar el reino de Dios, son hipócritas que prefieren tener la sombra antes que esperar su luz.
No hay más que un templo de Dios, es el corazón del hombre. Todo lo demás es como un disfraz que sólo contenta a los mediocres ciegos e incurables.

Los que predican la vía del Señor y se instalan en el mundo antes de instalarse en Dios, son hipócritas que engañan a los sencillos y que sólo satisfacen a los mediocres.
Quien ama no expone la palabra «amor» encima de su puerta para justificarse ante el mundo, y quien da no escribe la palabra «caridad» para publicar su beneficencia ante todos.

Cuando veamos las grandes palabras amor y caridad impúdicamente expuestas en el mundo, sabremos que se trata de empresas que apuntan contra nuestra libertad y a nuestro bolsillo.
El Señor, que poseía y era la verdad palpable de Dios, no pedía nada a nadie; lo daba todo a todos y se daba él mismo sin medida.

Los espirituales serán confundidos ante el tribunal de Dios y permanecerán mudos de asombro.
Sólo los operativos alabarán al Todopoderoso sin asombrarse de nada.

¡Qué sorpresa para los que predican la palabra de Dios sin conocer su sentido último, cuando vean con sus ojos y cuando palpen con sus manos la verdad del Único!
Debemos predicar la verdad de Dios, pero sin superioridad y sin arrogancia, porque sólo unos pocos elegidos la conocen espiritualmente y algunos escasísimos Hijos de Dios la poseen corporalmente.

¿Acaso no recibiremos como a un hermano al Señor descendido del cielo y no lo seguiremos fuera del cenagal de la muerte, ya que es la voluntad de Dios?
¿En lugar de rechazarlo profanamente e inmolarlo criminalmente como hacen los malvados aconsejados y cegados por Satán?