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El Mensaje Reencontrado

Libro XXVIII

NI REVÉTUEEL BARRO

27. Si nos preguntan qué es el Libro, respondamos: una piedra sobre la cual se apoyan firmemente los creyentes y un manantial del cual extraen agua sin cesar.

27'. 36 opiniones conocidas simultáneamente.
36 oficios aprendidos de una vez.
36 cosas hechas al mismo tiempo.
36 luces vistas de repente.
36 deseos realizados en uno solo.
36 religiones reunidas en una fe.
08 diciembre 2013

Ibn Asim de Granada (S. XIV)
Cuentos de Nasrudín

Un rey musulmán, noticioso de que su vecino el emperador de Bizancio quería invadirle el reino, decidió enviarle un mensajero que solicitara la paz. Para la elección del portador de la embajada consultó a sus visires y dignatarios más ilustres, pero mientras que los distintos consejeros le designaban ya a uno ya a otro de los más nobles y famosos caballeros de la corte, uno de ellos guardó silencio. El rey se dirigió entonces a él y le dijo:

—¿Por qué callas?

—Porque no creo que debas enviar a ninguno de los que te han aconsejado —respondió.

El monarca interrogó de nuevo:

—¿Pues a quién crees que debemos enviar?

—A fulano —y mencionó a un hombre oscuro, sin nobleza ni elocuencia.

El rey, colérico en extremo, le gritó:

—¿Pretendes burlarte de mí en un asunto de tanta importancia?

El consejero respondió:

—¡Alah me guarde de ello, mi señor! Tú lo que deseas es enviar a una persona que alcance éxito en la embajada y por esto, yo, después de haber reflexionado mucho, creo que sólo éste que te he nombrado lograría lo que deseas, pues es un hombre de muy buena estrella y todos los asuntos que le encomendaste los solucionó con éxito y sin necesidad de elocuencia, ni nobleza, ni valor.

El rey, convencido, dijo:

—Dices verdad —y encargó a aquel hombre oscuro la alta misión y le envió a Bizancio.

Enterado el Emperador cristiano de que venía hacia él un embajador, dijo a sus dignatarios:

—Sin duda este embajador que viene a verme será el más ilustre y grande de todos los musulmanes. Sabed que cuando venga le haré entrar a mi presencia antes de aposentarle y le dirigiré varias preguntas; si me contesta sabiamente, le aposentaré y asentiré a sus peticiones; pero si no me comprende, le expulsaré sin solucionar su embajada.

Cuando llegó el mensajero, fue llevado a presencia del Emperador, y una vez que cambiaron los saludos, señaló el Emperador con un solo dedo hacia el cielo; y el musulmán señaló hacia el cielo y la tierra. Indicó entonces el cristiano con su dedo en dirección a la cara del musulmán; y éste señaló con dos dedos hacia el rostro del Emperador. Por último, el cristiano le mostró una aceituna y el embajador le enseñó un huevo. Después de esto el Emperador se sintió satisfecho y solucionó el asunto a satisfacción del musulmán, tras haberle colmado de honores.

Preguntaron sus dignatarios al Emperador:

—¿Qué le dijiste y por qué accediste a sus peticiones?

Y él respondió:

—¡No vi jamás un hombre tan entendido y agudo como él!: yo le señalé el cielo diciéndole: «Alah es uno en los cielos»; y él me señaló hacia el cielo y la tierra, diciéndome: «Pero Él está en los cielos y en la tierra». Después señalé hacia él con un dedo, diciéndole: «Todos los hombres que ves tienen un origen único»; y él me señaló con dos dedos para decirme: «Su origen es doble: descienden de Adán y Eva». Luego le mostré una aceituna, diciéndole: «Contempla la admirable naturaleza de esto»; y él me tendió un huevo como diciendo: «La naturaleza de éste es más admirable, pues de él sale un animal». Y por esto le solucioné el asunto.

Habiendo preguntado al musulmán de buena estrella qué le dijo el Emperador durante su entrevista, dijo:

—¡Por Alah! ¡No vi jamás un hombre tan tardo ni tan ignorante como aquel cristiano! Al momento de mi llegada me dijo: «Con un solo dedo, te levanto así»; y le repliqué: «Yo te levanto con un dedo y te tiro contra tierra, así». Entonces me dijo: «Te sacaré un ojo con este dedo, así»; y le respondí: «Yo te sacaré dos con mis dedos, así». Y tras esto dijo: «Solo podría darte esta aceituna, que es lo único que me quedó de mi comida». Yo le contesté: «¡Oh desgraciado! Estoy mejor que tú, pues aún me queda un huevo después de mi comida». Se asustó de mí, y solucionó rápidamente mi asunto.
[...] el humor del Perfecto se complace en realizar grandes cosas con instrumentos irrisorios.

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